24 de octubre de 2013

Delirio

Las noches le hacemos el amor a los kilómetros, que se convierten en milímetros imaginarios donde olvido mi ropa en tu suelo y dejo tus labios en mi cuerpo, el cual reacciona al verte como quien descubre que llueve con la tormenta más fuerte, de esas que te hacen redescubrirte llegando a todas las partes de tu ser, las que antes, bajo la luz de tantos rayos no podías diferenciar. Y me deslizo te deslizas con la delicadeza de la mayor obra de arte, borrando palabras sin ser escritas por si acaso las leyera antes de ser pensadas. Queriendo fusionarnos la piel bajo la penumbra de tu ventana, que nos concede este baile noche tras noche, sin previa invitación. Y nos movimos al son de nuestras ganas mientras los alientos huían para no convertirse en suspiros de nostalgia, que agujerean la calidez dejando entrar el torrente de frío. Y recorrías las vías del deseo, tu en trescientos kilómetros y yo, a quinientos y sin frenos porque los perdí desde que las noches no son mías, sino tuyas. Seguías cuesta arriba cuando tropezaste con mis labios y nos dijimos los te quiero más melódicos que las canciones de fondo. Esas que se acoplaban tanto al tic-tac del reloj marcando un compás preciso para incrementar el hambre voraz de ti. Destrocé la habitación de tus caricias efímeras danzando en mi mente como la respuesta al fin del mundo, que consistía en tu respiración en mi cuello y tus labios formando parte de los míos. Tanto es así que nunca descubrí el principio, aunque ese fin está congelado y me encanta reproducirlo una y otra vez. Y una vez más, mientras estás sin estar, y yo aquí, sola en mi cama que desde que supiste leerme se me antoja interminable, sin ti rodeándome la espalda. Sin ti, durmiéndome y despertándome entre cálidos besos nocturnos y mañaneros. Que todo mi campo de visión se base en tus ojos indefinidos y entender el significado de maravillarse, no concebir nada más perfecto y emborracharme a sensaciones que me hacen explotar en mi pequeña fingida calma. Mi delirio de ti, de tener veinticinco horas de vicio vaciado al vacío.

27 de septiembre de 2013

Ruido

Fuiste como esa palabra que quieres decir y no te sale. Lo que no sabéis muchos es que no existía y solo os gustaba esa sensación de tener que encontrar algo, para que los pensamientos dejaran de resonar en las paredes de la mente, chocando y rebotando en lo que ya no tenéis y creíais haber tenido, sin tener. Se nos escapan en suspiros lo que podría haber sido bocanadas de placer del tacto de tu piel con mi piel, de tus cicatrices rellenándose con mis no pocas ganas de beberte a besos, entre sábanas y almohadas, o arena y mar y una banda sonara de fondo acorde a mis idas y venidas, siempre con la certeza del billete de vuelta. Ese que se desliza por tu cuello sin caer al suelo antes de capturarlo entre mis labios y que se unan a los pliegues de los tuyos en un intento de contener el aire para que no se escapen las horas al palpitar del reloj dentro de mí, que hace que estallen emociones y las horas sean segundos que caen en picado a toda velocidad y sin frenos, como quien decide suicidarse sin pensar en la manecilla pequeña que desespera en su eterna espera. Y sin detenernos nos almorzamos a versos de tus pupilas y mi iris danzando en las curvas de mis caderas deslizadas por la yema de tus dedos que descubrían una forma de electricidad sin necesidad de cables ni instrumental, solo vibraciones al roce como si el mayor de los rayos te abrazara esta noche sin reproches y te dedicara su último aliento a ti, y no al resto. Y entonces llueve. Lluevo. Como la peor de las tormentas, de esas que te alimentan las noches cerradas- o abiertas- en una macedonia de esperanzas hundidas en el mayor fondo. Y los sueños no rotos sino desquebrajados como el cristal que choca contra el suelo. Lo peor es que el sonido que emana me produce un placer incierto que hace que lo reproduzca una y otra vez. Y así contigo, con como dueles. Una y otra vez hasta que dejas de doler de la misma forma en la que un cristal te atraviesa tantas veces que dejas de sentir la sangre fluir de él. De mí. Ya no puede doler lo que está destrozado de la manera más trágica. Y hecha pedazos sin saber si por razones o por costumbres- esas que no se pierden- de las que son bonitas a su manera, aunque no a simple vista. Y eso es lo que os pasa, que a simple vista os basta. O no sé si es la excusa y la esperanza de que si no me miras dos veces no vas a encontrar galaxias. A veces, incluso hacen falta tres y yo ya no sé si dejé de ser lo que quise alguna vez o si soy lo que creí querer ser pero sin terminarlo de ver. Aunque bajito y al oído me he movido intentando descifrar el secreto de producir ruido. Lo que está claro es que me he perdido de todas las formas existentes. Si es que a mí nunca me gustó dejarme nada en el plato. Y ahora no distingo entre suelo y subsuelo porque paso demasiado rato en ambos que no veo la diferencia. Lo irónico es que a todos nos da pereza levantarnos cuando aquí abajo nadie nos pide nada y estamos seguros. Pero aun habiendo fallado todas esas veces que mentí a conciencia alegando que me levantaría y lucharía sin rendirme, me he anclado y claro, a ver quién es el valiente que tira del timón. He querido escalar esa montaña permanente que cada vez es más grande y yo, más pequeña. No os equivoquéis, esto no quiere decir que ahora, sea el ahora y me arriesgue a besar más el suelo, pues creo que tengo los zapatos pegados a él. Aunque intentaré descalzarme poco a poco. Ya sabéis, para no hacer ruido.

15 de septiembre de 2013

Tranquila, que no tardo.

Empezamos con un Julio más caluroso que de costumbre. Las horas pasaban audaces una tras otra, con la prisa de vivir de quien sabe que muere mañana. Y nosotros creímos tener fecha de caducidad prefijada incluso antes de acertarnos. Pero nos acertamos tan bien que rompimos la barrera de ¨consumir preferentemente¨. Dejarnos llevar fue la mejor y peor opción que pudimos regalarnos. La más bonita y rota para ti, para mí. Escribimos mil versos a esta historia veraniega a cada paso que dábamos. Ya fuera hacia nosotros o alejándonos, porque entonces incluso ya me apetecías como el peor de los vicios. Nos leímos en un libro inventado con cada vuelta de reloj mientras le dábamos vida, sin ser actores.
Tu espalda era una prolongación de mis brazos por esa necesidad constante de abrazarte como si así el tiempo cediera y por una vez las manecillas giraran en sentido contrario, deteniéndonos a nosotros en un espacio-tiempo nuestro. No se me ocurriría nada mejor. Pero nos tuvimos que quedar de brazos cruzados para no darnos de bruces contra el suelo y, así, dedicarnos todas las sonrisas o lágrimas que esto provocaba.
Me sentía libre, cada segundo contigo eran segundos de vida realmente vividos. Los exprimía de tal  manera que si sentía que se me escapaba de las manos me lanzaría al precipicio para retenerlo.
Has sido y serás el artífice de un verano sin fríos, en los que antes había lluvia de vez en cuando. 
Pero un extraño final se coló y llegó de cierto modo, camuflado. Aunque es un final de esos con principios, de los que dan paso a las grandes cosas. Y por ello, difíciles pero no imposibles. Se me antoja poco apetecible los días  sin tus caricias y besos impregnando los lugares, sin películas acordes a la música que bañaba nuestras mejores bocanadas de aire. Echarte de menos es un arte. Y yo una artista por obligación, y no por vocación. Pero sé que me llamarán loca (si no lo reconozco yo antes) al pensar que esta es la mejor forma de debernos -las caricias y todo eso- porque cuando te di el último beso en aquel puerto, ya te echaba de menos y tu forma de mirarme como si no fueras a irte. Y eso es lo que quiero, que aunque haya distancia en medio no te vayas, que te quedes de cualquier forma aunque no sea física, esa ahora es la que menos importa.




5 de julio de 2013

Nitidez

Buscamos los paisajes más bonitos y miradas que quiten el aliento. Los buscamos lejos, soñando encontrarlos algún día pero no nos paramos a observar lo que tenemos justo frente a nosotros. No somos capaces de entender que lo que buscamos está mucho más cerca, siempre ha estado ahí, pero no disponemos de tiempo para verlo. Vaya excusa poco rebuscada. No necesitas viajar a países exóticos para encontrar lo fascinante. Todo está en cualquier parte si dejas que lo borroso se vuelva nítido y que esas simples patas de gallo se conviertan en el símbolo de historias de felicidad. Rebusca en la más mínima mancha de tu ropa y no será una mancha, sino un lugar, una sonrisa y quizás un vuelco al corazón por ser tu su fabricante.
Estamos tan anclados y determinados que los caminos que recorremos los haríamos con los ojos cerrados y no tropezaríamos. Pero tropezamos infinitamente en nuestra ignorancia al no fijarnos que en la misma calle de las cuatro las hojas son más marrones y menos verdes, que hacerlas crujir produce un placer indescifrable y que esa esquina no es solo eso, es una recogedora de lágrimas, de soledad y de sueños destruidos, aunque también de caricias efímeras y esperanzas echadas a la suerte.
Pero resulta que lo que queremos no suele ser lo que tenemos más a mano, sino veinte vueltas más allá. Tengo una especie de magnetismo engatusador para los imposibles. Creo que siento debilidad por las malas sensaciones, las conozco demasiado bien y supongo que me he amoldado a ellas. Soy lo que se podría llamar un tanto masoquista, incluso a veces me gusta, en el fondo, encontrarme en situaciones difíciles e ingeniármelas para salir victoriosa de ellas. Pero con el tiempo he comprendido que después de la tormenta no llega la calma, sino un punto de inflexión en que por un segundo la tierra se traga la lluvia torrencial, solo para resurgir nuevamente con otras gotas con diversas historias que contar. Y tú, con todo tu positivismo me vendrás con que las gotas se estampan en el suelo y desaparecen, quedando arrastradas al olvido. Entonces yo, antítesis de ti, te contaré que el antártico congela la misma sustancia de las gotas y las congela en el tiempo, dejando latentes las historias a medio contar y sus grietas abiertas. Y de este tipo soy una virtuosa. Antes de especular en amores increíbles, las pequeñas palabras escritas se desdibujan con la tinta empapada. Aunque también dicen que no hay mal que por bien no venga. Pero supongo que todo es cierto o no según por dónde se mire, con qué ojos y desde qué altura. Depende de tus ganas de comerte el mundo y de la resistencia que opongas a no ser engullido. Depende de lo soñador que quieras ser y de tu manera de observar. Depende de que tu propia visión esté abierta a otras, a otros mundos.

7 de junio de 2013

Cuenta atrás

El vaivén de tus olas sobre las mías me sumergieron en un mar eterno, en el que las esquinas para apoyarse a esperar no existen. Reviviste mis horas muertas con lluvias de besos, para más tarde convertirse en granizo y, finalmente, desaparecer con el verano. Todo, es decir, este concepto indefinido, que no es un "tu y yo", ni un "nosotros", ni si quiera un "tu" y a parte "yo", empezó y acabó en la misma fracción de segundo, en los decimales partidos por la mitad de la mitad.
No vi venir tus ganas ni las mías. Tampoco las vi irse, o se despidieron tan bajito que se confundieron con el aire. Y ahora soplan allá a lo lejos, donde los sueños desaparecieron antes de ser soñados o creados, solo se quedaron en la maldita indecisión del "¿y si...?" Pero, como de costumbre, esto no está hecho para mí y tampoco del material que me gusta. O quizá sea lo único que necesito, un artefacto que me haga saltar por los aires y perderme entre las nubes, para ver de qué están hechas estas y si vale la pena alcanzarlas o quedarse en tierra firme.
Y el tiempo pasa y pasa, y no me importa que seas tu quien le da la vuelta a las agujas del reloj, pues algún tipo de fuerza protectora hace que no te piense de esa forma, llamada amor. Pero por favor, no les des la vuelta atrás, porque entonces las agujas chirriarán por cada callejón sin salida de mi corazón, que es un laberinto. Aunque algún tipo de alarma he fijado inconscientemente en una cuenta atrás, porque cuando llegan las tres son las dos. Entonces el mecanismo se tuerce, las piezas caen destrozadas emitiendo sonidos ensordecedores. Y entonces nos perdemos. Pero solo aquí adentro, donde todo es un completo caos inmenso. Cien cañones por banda se baten en el duelo de mis sentimientos y una bandera blanca lucha por salir, pero se ha enganchado en el mástil, convirtiéndose en una lucha eterna en la que la batalla está perdida. Lo siento, pero vuelven a ser las dos.

11 de abril de 2013

Sur


Que es un royo Rock and Roll lo que suena cuando piso el suelo. Que no nos confundamos, no es una opción, es un factor. Esto y aquello en  un mismo lugar. Como ruido y silencio en la misma sala. Sí, eso soy. Antónimos conviviendo en perfecta armonía. O luchando por hacerse hueco, para encontrarse realmente. Como colores vivos y todo negro. Me adapto a todos pero pocos conectan conmigo. Mi estado de ánimo estará guiado por la canción que escuche en ese momento o por el último libro que haya leído. Reiré y me derrumbaré en la misma vuelta de las agujas del reloj. Que la locura la tengo al alcance de la mano y la cordura siempre me ha acompañado. He seguido el norte sin cavidad de errores, pero siento una afinidad engatusadora con el sur, que ha hecho mis mejores recuerdos.
Que puedes creer conocerme, pero solo será la cuarta parte de lo que guardo, que es lo que he querido enseñarte. Pero hay miles de cosas aquí dentro cada vez más cerca de darme rienda suelta. Y me he dado cuenta, de que cuando dejo el libro abierto clavan las uñas en él, así que lo he cerrado solo para mi uso. Y cuando me leo y veo que se me escapa una sonrisa al sonar esa canción, comprendo que esa es quien soy, y no el pequeño libro inocente que os dejo ver. Y miro la primera página y resulta que todo había empezado antes, que siempre he sido así, pero que me cuesta más leerme. Pero me han enganchado estas hojas y no pararé de leerlas. Me leeré y releeré  100, 1000 y 10000 veces, hasta que mis miedos se esfumen y las dudas sean certezas. Que me he caído mil veces y me he quitado el polvo de las heridas. Las maquillo si hace falta y aquí no ha pasado nada. Que algunas veces quizás exagero y otras parece que no me importa, pero las decepciones me fulminan y no, no desaparecen ni hay typpex que las borre. Las hojas se desgastan y me canso de escribir las mismas historias con los mismos personajes, pero ellos parecen haberse cansado tres historias antes. Las personas, los miedos… todo es pasajero. Estamos solos, libres. O atados. Atados a la eterna soledad. La libertad de ser quienes queramos sin pedir la llave de nuestras alas. Arriesgar es algo que cada vez se me da mejor, y arriesgaré aunque pierda cosas por el camino, porque al fin y al cabo yo acabaré perdida. Perdida en la calle a las 3 de la mañana, perdida en una gran ciudad, perdida entre mis propias páginas.

18 de marzo de 2013

Blue?

Se acabaron las palabras. De pronto no sentimos la necesidad de más. No dijimos nada exacto, ninguna palabra que significase "adiós", pero si leías atentamente aquella conversación fría y distante, la despedida se encontraba en cada una de las sílabas tónicas. Y hasta aquí llegamos, a menos de la mitad del camino que alguna vez creí que recorreríamos. Porque resulta que hemos pasado de parecernos tanto a tan poco. O quizás demasiado. Pero esa conexión tan nuestra sigue faltando y nos aferramos a algo que ya no sé si existe, o quizás he dejado yo de existir. No de una forma física, pues aun me miro al espejo y veo un cuerpo y una cara que creo reconocer. He dejado de ser, estoy a punto de tirar al mar revuelto miles de recuerdos e historias, con los que algún día me toparé y querré hundirlos hasta el maldito fondo. Hasta el fondo del mundo, donde lleguen a sus entrañas y desaparezcan por su interior ardiente. Así como mi interior está ahora, ardiendo y quemando recuerdos ya lejanos que pudieran hacerme daño. Aunque quizás para cuando quiera darme cuenta ya esté totalmente congelado. Y entonces los recuerdos quedarán sepultados, sin poder atraparme y los nuevos comienzos no penetrarán tan rápidos y profundos como estos otros, que ya no sé si existen.
Todo tiene colores nuevos, pero muy pocos son bonitos. Lo que antes era azul y punto, ahora quizás sea azul, quizás sea turquesa o celeste, o millones de derivantes más. Tantísimos que ya no sé lo que es el color azul.